La Revolución Árabe en los medios de comunicación burgueses

Escrito por Florence Oppen/ La Voz de los Trabajadores
Martes 28 de Junio de 2011 02:56
Cinismo, racismo y manipulación.
¿Simpatía o hipocresía?
La simpatía inicial de los medios de comunicación imperialistas (principalmente en Estados Unidos y Europa) hacia los procesos de revolución en África del Norte no puede sino ser sospechosa.
En realidad, los medios de la burguesía, lejos de querer generar ningún tipo de apoyo o simpatía genuinos a la revolución, desvelan más bien la ideología del imperialismo, y avisan de antemano el marco en el que éste va a contener y tolerar a tal revolución, un marco que la reduce y limita terriblemente su potencial. La prueba de ello es que a partir de cierto momento, los procesos revolucionarios dejaron de aparecer en televisión.
Este marco de interpretación tiene motivaciones y también consecuencias políticas, cuyo análisis es de gran transcendencia tanto para las masas árabes como para la clase obrera de los países imperialistas. Si no desmontamos este análisis y mostramos su carácter político, o de clase, verdadero, muchos trabajadores pueden acabar pensando que, por ejemplo, Obama o Sarkozy sí apoyan las revoluciones árabes y están a favor de la democracia obrera.
“Ellos” y “nosotros”: ¿Dos mundos o uno sólo?
“Ellos” y “nosotros”: la barrera “democrática”
La primera característica del enfoque mediático es que presentan la revolución en Túnez, Egipto, Libia y otros países como una revolución únicamente democrática. Es decir una revolución que no sólo se limita a la conquista de los derechos democráticos, sino que también quiere llegar a una democracia burguesa como la de EEUU y los países europeos: “El despertar árabe está enfocado en la dignidad humana y los derechos de la gente común- valores en los que se vive en Occidente y que el Occidente busca promover” (The Economist, 17 de marzo del 2011). Y dándole este enfoque, los medios dividen sutilmente el mundo en dos bloques: los que viven en democracia (burguesa), y los que viven bajo dictaduras.
De esta lectura se destila consciente o inconscientemente un enfoque neo-colonial de tales procesos políticos, en el que se presupone que hay países “avanzados” económica, política y culturalmente, y que hay países “atrasados”;  y que  por lo tanto el curso de la historia es un curso lineal del desarrollo del “progreso” humano. Este “progreso” está supuestamente liderado por las potencias imperialistas, que se presentan como las más “desarrolladas” abanderadas en una falsa promesa de democracia.
Dentro de este marco tan desigual, la burguesía imperialista caracteriza estas revoluciones como un paso adelante hacia el “progreso”- pre-diseñado en el marco del capitalismo- de esos países más “atrasados” que supuestamente son los países árabes.
Esta inabarcable “distancia histórica” impuesta por los medios de comunicación en la que “ellos”, los trabajadores de los países árabes, se acercan a “nosotros” (a ese “nosotros” que los medios de comunicación representan –y desde donde enuncian), no sólo está llena de arrogancia, no sólo expone de nuevo la ideología neo-colonial del imperialismo, sino que además construye dos mundos que en realidad están unidos en el capitalismo como un sistema económico internacional. Separa implícitamente a los pueblos y a la clase trabajadora internacional, que en el fondo tienen las mismas necesidades y preocupaciones, y establece un marco en el que el trabajador del país imperialista no puede identificarse de igual a igual con el trabajador árabe en la lucha.
¿Una revolución democrática burguesa?
El objetivo ideológico de los medios es así bien claro: el transformar la revolución a un proceso de democratización burgués, despojándola de todo carácter de clase y eludiendo el hecho que se trata de revoluciones contra gobiernos que son burgueses, que tienen por lo tanto un contenido socialista.
Algunos medios la comparan a la revoluciones europeas de 1789 o de 1848, que marcaron una transición del feudalismo al capitalismo y de la tiranía a la democracia burguesa, como si el Egipto de hoy hubiera llegado finalmente al lugar de la “Europa” de ayer, olvidando que fue precisamente el imperialismo europeo quien impuso el capitalismo en sus colonias en el siglo XIX.
El velo mediático a los intereses de la clase obrera mundial
Las consecuencias de tal análisis y manipulación del carácter social de la revolución, que no es para nada una revolución burguesa y “democrática”, sino una revolución llevada por las masas trabajadoras son dobles:
  • Por un lado los medios ocultan la realidad social y material de lo que ocurre en esos países (una revolución cuya naturaleza de clase es socialista). Redefinen una revolución que no es la suya, le expropian la palabra a los revolucionarios egipcios, que raramente son entrevistados, y a los que se les substituye siempre con la voz del comentarista europeo o estadounidense — negándoles una expresión política propia.
  • Por otro, le ocultan a los trabajadores de los países imperialistas su propia realidad social y política. Como si ellos no enfrentaran a los mismos ataques y desafíos que los trabajadores tunecinos durante esta crisis, como si en los países imperialistas sí hubiera una democracia real y bastara por votar por los partidos de gobierno para solucionar sus problemas.
Los gobiernos burgueses imperialistas, en colaboración con sus aparatos de propaganda que son los medios masivos de comunicación, están muy atemorizados de que la revolución del Norte de África se traslade a sus países. Por eso deben controlar el mensaje político y la interpretación de la revolución, señalando, como venimos diciendo, que se trata únicamente de una revolución democrático burguesa.
El objetivo de la burguesía es manipular el proceso revolucionario para que la clase obrera de los países imperialistas no vea intereses comunes con las luchas de los trabajadores en los países árabes utilizando a la democracia burguesa como único esquema de interpretación y línea divisoria.
Al obviar, minimizar o censurar las luchas obreras, las huelgas y ocupaciones de fábricas, las demandas sociales y económicas de estas revoluciones, ocultan y dificultan el verdadero carácter político de la revolución así como las bases para el desarrollo en todos los países de una consciencia internacional anti-imperialista y de lucha por el socialismo.
Un nueva ocasión para que el imperialismo propague su racismo e islamofobia
“Ellos” y “nosotros”: la diferencia de fondo es “cultural”
No sólo, según la burguesía, la clase obrera estadounidense y europea no comparte los mismos intereses y necesidades, no sólo niegan la base material que une a toda la clase obrera mundial que es la explotación y la opresión diaria que sufre la inmensa mayoría de la población, sino que además la burguesía insiste en separar a esos sectores de la clase obrera enfatizando diferencias “culturales” entre el mundo “civilizado” cristiano, también conocido como el bloque monolítico que supuestamente es Occidente o el West, y el mundo árabe-musulmán, “no civilizado”.
Esa es la segunda característica del análisis burgués del proceso de revolución permanente: el marco del “choque de civilizaciones” que divide el mundo con líneas culturales rígidas y llenas de prejuicios y no según la dinámica real de los procesos sociales, que son la lucha de clases y la revolución permanente.
Comentadores y periodistas burgueses centran el debate sobre la compatibilidad o no entre el “Islam” y los “valores democráticos”, o entre la “cultura árabe” y la “civilización occidental”:   “no hay ningún modelo ya disponible para una sociedad árabe abierta y democrática, ya sea una república o una monarquía constitucional”, la sociedad árabe es tan diferente que el modelo democrático “se tiene que reinventar desde cero”. (The Economist, 10 de marzo del 2011).
O de manera más bruta y sincera: “Egipto es un país joven, enojado y pobre. La prensa del país sólo afirmó su independencia recientemente. Tiene universidades somnolientas, poca historia de disentimiento individual y no tiene tradición parlamentaria. Está teñida por el desprecio a Occidente y por el odio hacia Israel. Le faltan las fundaciones de la democracia.” (The Economist, 10 de marzo del 2011).
El racismo de los medios contra la solidaridad internacional de la clase obrera
Nos podríamos preguntar: ¿Cuál es el objetivo real de tanta xenofobia? Tal representación no manipula sólo la realidad de los procesos revolucionarios, sino que busca moldear la relación de los trabajadores de los países imperialistas con los trabajadores de los países semi-coloniales o dependientes. Se trata más que nada de propaganda para contener y alienar a sus propias bases, la clase obrera estadounidense y europea , con los siguientes argumentos:
  • Primero el sujeto colonial o neo-colonial siempre aparece en el marco ideológico en el que aspira a parecerse al colonizador, siempre desposeído de una cultura propia y “civilizada”, y, lo que es peor, desposeído de la posibilidad de escoger un curso histórico diferente al “desarrollo capitalista”.
  • Segundo, están totalmente ausentes las líneas de clase. El explotado y oprimido nunca aparece cuestionando ni la explotación ni la opresión generada directamente por las potencias imperialistas. La relación de dominación y de explotación es el punto ciego de los medios burgueses. Se crea una relación artificial de exterioridad al sufrimiento y la rabia del sujeto oprimido. El sentimiento que incitan es la compasión pasiva y condescendiente, no la solidaridad en la lucha.
  • Tercero, el sujeto colonizado aparece fuera del marco en el que vive el trabajador capitalista. Si bien el primero aspira a asimilarse al segundo, se establece primero una alteridad radical (cultural o “racial”) que parece imposible de superar, en la que la “democracia” o la  “civilización” del colonizado, aunque se parezca mucho a la Occidental, nunca llegará a ser plenamente igual dados sus orígenes impuros. Este racismo epistemológico es la salvaguarda ideológica de la burguesía imperialista que mantiene a las masas de los países dependientes sobre-explotadas y oprimidas, para que la revolución no llegue hasta las puertas de su propia casa sino que se quede allá, localizada en ese “mundo atrasado”.
El marco del análisis burgués tiene pues un segundo objetivo muy claro: el reproducir el marco racista que evita que el trabajador estadounidense o europeo se identifique social y políticamente con el trabajador árabe y tunecino en lucha en las calles, ya que pertenecen a culturas y religiones irremediablemente incompatibles. Para eso, los medios deben simular una falsa simpatía hacia las masas árabes, para en el fondo reproducir la misma ideología mezquina, racista, colonial y arrogante de la burguesía imperialista.
¿Corrupción de las “élites gobernantes” o crisis del sistema capitalista?
El falso radicalismo de la prensa burguesa
Más sorprendente es el análisis de aquellos sectores críticos de la burguesía, pequeña burguesía y clase media, que se auto-describen como “progresistas” y “liberales”, y dicen tener un análisis objetivo e imparcial de los hechos.
La mayoría de “analistas” y periodistas burgueses y de “expertos” universitarios llegan a la conclusión unánime de que si bien EEUU no siempre ayudó a preservar los valores democráticos en la región, el origen del descontento está localizado y circunscrito a esos países: se trata por un lado de la falta de democracia, dada su ineluctable “diferencia cultural” que hacen operar como un determinismo; por el otro de la extrema corrupción de sus élites gobernantes. Siguen siendo ciegos, o quizás siguen cegándose voluntariamente a las verdaderas causas objetivas de la revolución: la política del imperialismo en la región, las contradicciones del sistema capitalista y los intereses opuestos que mantienen las burguesías nacionales con sus pueblos.
Por un lado, es cierto que algunos medios señalan el “error” sistemático que cometieron todos los gobiernos sucesivos al dar apoyo a esas dictaduras (apoyo explícito como es el caso del gobierno de Chirac a Ben Ali en 1995, que lo elogió por el “milagro económico” y por defender los derechos humanos, o las declaraciones de Sarkozy en el 2008 en las que afirmaba que las libertades se estaban expandiendo en el Túnez, o el apoyo implícito del gobierno de Obama que no se atrevió a proferir ninguna crítica a Mubarak).
Pero los analistas no se plantean las causas de esos “errores” de evaluación sistemáticos, de ese apoyo incondicional del que disponen todos los regímenes dictatoriales en el mundo y que está condicionado a que apliquen la política del imperialismo. No se plantean nada de eso, que es lo esencial, porque no se plantean ni siquiera la relación imperialista que tienen sus propios países con los países dependientes del Norte de África que están viviendo revoluciones hoy.
Tampoco se plantean el investigar o incluso cuestionar los resultados nefastos de las políticas económicas impuestas en los últimos 20 años por el BM y el FMI a Túnez y Egipto y otros países de la región, ni la presencia apabullante de empresas de la “metrópolis” en esos países. Ni siquiera se cuestionan por ejemplo por qué EEUU destina más de mil millones de dólares anuales en ayuda militar a Egipto y al régimen de Mubarak.
El enfoque sobre la corrupción: oportunismo neo-colonial
Lo que sí irrita profundamente a los comentaristas europeos y estadounidenses es la “corrupción” flagrante de las élites locales, su falta de transparencia, la acumulación de riquezas y propiedades, la malversación de fondos etc. Ésa, y no la política del imperialismo, es, según ellos, la causa profunda de los procesos revolucionarios. A los problemas de Túnez, Egipto y Libia, siempre le encuentran el mismo cómodo culpable: la incapacidad de los pueblos “atrasados” para gobernarse y la recurrente y casi fatal corrupción de sus líderes políticos.
El New York Times, por ejemplo, se dedica junto con otros periódicos a desvelar los escándalos de corrupción de la camarilla militar que gobierna Egipto: el escándalo del hospital militar público financiado por los EEUU que se transformó en proveedor de servicios de salud, la flota aérea Gulfstream a la que la junta militar le da uso personal, “con Washington dándole a Cairo 1.3 mil millones de dólares al año en ayuda militar, el episodio del hospital muestra que las Fuerzas Armadas egipcias,  que han estado funcionando como empresas, han a veces encontrado maneras de usar esa ayuda para aumentar sus intereses económicos.” (New York Times, 5 de marzo del 2011).
Para la prensa burguesa, el problema no es el proyecto imperialista de EEUU de apoyar incondicionalmente al Estado de Israel comprando a las burguesías nacionales. Tampoco es el apoyo político y económico a un régimen dictatorial como el de Mubarak, y aún menos lo es la política de recolonización de la región que se lleva imponiendo al pueblo árabe desde los años 70. La política de EEUU nunca queda cuestionada en todo este proceso: el problema no está en EEUU, sino en Egipto, el problema no es el sistema imperialista de dominación neo-colonial y explotación, sino el que “las élites corruptas” hayan hecho “mal uso” de todo ese dinero, es la “malversación de fondos”. El escándalo para los lectores norteamericanos es que el dinero de los “contribuyentes” haya ido a parar a las manos de una corrupta burguesía militar. Es una cuestión de “bad management”, no el resultado de una política económica que amenaza con acabar con la humanidad.
Así, de repente, para el New York Times, los culpables se vuelven precisamente aquellos que servían los intereses del imperialismo en la región: la junta militar egipcia. Junta que EEUU financió durante 40 años para que aplicara su política en la región.
A cada imperialismo le corresponde su vocero mediático que expone la corrupción del mismo régimen que tranquilamente apoyaba a las espaldas de los trabajadores. Del mismo modo, Le Monde y Liberación han centrado todos sus recursos intelectuales y heurísticos en exponer con pelos y señales la corrupción de la familia de Ben Alí, publicando dossiers especiales, mapas de influencias, destapes de fraudes etc.
Pero a los numerosos artículos y programas televisivos sobre Ben Alí, no le corresponde ninguna investigación o reportaje sobre los intereses del imperialismo francés en Túnez, ni de los lazos orgánicos de Ben Alí y su camarilla con las multinacionales europeas, y aún menos una conexión entre la supervivencia del imperialismo francés con el subdesarrollo de Túnez (por no hablar del pasado colonial del país).
Ellos y nosotros: ¡Organicemos la clase obrera mundial contra el imperialismo!
Vemos pues que la representación de los medios burgueses de las revoluciones no sólo deforma su carácter, da un falso análisis de lo que realmente ocurre, obviando las luchas obreras en curso y las reivindicaciones sociales y económicas del movimiento revolucionario. En respuesta a eso nosotros debemos insistir en el carácter socialista de la revolución en curso. Es una revolución llevada a cabo por la clase obrera, aunque no sea siempre su dirección consciente y sus dirigentes no tengan un programa socialista, explicando y aplicando la teoría de la revolución permanente.
Además, debemos combatir el esquema de lectura neo-colonial y racista que reproducen los medios y que contribuye a mantener la clase obrera mundial dividida y a evitar que se organice una verdadera solidaridad con los pueblos árabes en lucha. El mensaje implícito no es sólo que el problema está localizado en el Norte de África, dadas sus especificidades culturales, su atraso y la corrupción de sus élites gobernantes, sino que la solución también está localizada allá. Hay que cambiar de dirigentes burgueses. De repente ya no se mencionan los lazos entre los gobiernos imperialistas y las burguesías nacionales que administran sus intereses.
Nosotros debemos insistir primero en que los intereses y los desafíos de la clase trabajadora tunecina, egipcia y libia son los mismos que los de los trabajadores europeos y estadounidenses: es decir acabar con la explotación y la opresión y con el sistema capitalista mundial. Pero también debemos insistir en que la solución de ese problema no puede ser una solución nacional o regional, sino una lucha de toda la clase trabajadora mundial. Al chovinismo burgués de los medios debemos contestar levantando la bandera del internacionalismo proletario.
En realidad, la mejor manera que tienen los trabajadores estadounidenses y europeos para apoyar las revoluciones en África del Norte es enfrentar a su propia burguesía y hacer temblar, desde dentro, al imperialismo, construyendo los instrumentos políticos para la lucha revolucionaria. Porque hasta que no se destruyan los Estados imperialistas, no habrá paz, libertad, bienestar ni igualdad en África del Norte ni en ningún lugar en el mundo. Por eso contra la separación “cultural” de los pueblos, nosotros debemos agitar la unidad internacional de la clase trabajadora, la necesidad de la solidaridad obrera y del enfrentamiento de las burguesías imperialistas.

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