The bourgeoisie tries to rebuild its state


Escrito por Juan Parodi – Corriente Roja – Estado Español
Lunes 17 de Febrero de 2014 21:28
 

¡Urge organizar a los trabajadores para desarrollar la revolución!

Hace poco más de dos años, Muamar Gadafi era linchado por milicianos rebeldes que lo capturaron escondido en una tubería. Las imágenes tomadas aquel día ya han quedado grabadas en la historia, simbolizando el fin de una larga dictadura.
La Revolución Libia provocó un profundo debate acerca del carácter del régimen gadafista y su relación con las potencias mundiales, de las movilizaciones populares, y alrededor de la intervención imperialista en el país. A tres años de haber comenzado aquella heroica revolución, podemos tomar cierta perspectiva y continuar discutiendo el proceso libio, así como el proceso de conjunto que se viene dando en el norte de África y Oriente Medio.

La revolución más profunda en la región

El campamento de saharauis en El Aaiún (capital del Sáhara Occidental, ocupada por Marruecos) y la inmolación de un vendedor ambulante en Túnez inauguraron una serie de procesos revolucionarios que han llegado a modificar el mapa de toda la región, derrocando dictadores de 40 años en el poder.
De entre todos esos procesos, las revoluciones de Libia y Siria han sido, hasta ahora, las más profundas. El hecho diferencial en estos dos procesos, respecto del resto, es que el Estado capitalista se desmoronó parcialmente en ambos países. Las Fuerzas Armadas, institución fundamental del Estado, se dividieron en los dos países, dando lugar a milicias rebeldes capaces de poner en serios aprietos a lo que quedaba de Ejército regular. Esta situación se complementa con el hecho de que tanto Gadafi como Assad se mostraron inflexibles ante la revolución en curso, negándose a adoptar con rapidez salidas, con medidas reformistas por dentro de los regímenes, que intentaran calmar los levantamientos. De la agudización del conflicto de clases, en ambos países se abrieron situaciones de guerra civil.
En Libia, el imperialismo, aterrado ante la posibilidad de que el pueblo derribara armas en mano a su gobierno amigo –abriendo un proceso de incierto final y extrema inestabilidad para proseguir la rapiña de las riquezas libias–, dejó correr la brutal represión de Gadafi, al tiempo en que abría una negociación con su régimen. Sólo después de confirmar que Gadafi era incapaz de derrotar la revolución (aunque sea por la vía del aplastamiento brutal), que el dictador de Trípoli no aceptaba ninguna salida negociada, y que existía un posible recambio de gobierno de lealtad comprobada (el Consejo Nacional de Transición – CNT), cambió su discurso e intervino militarmente contra Gadafi.
El imperialismo intervino por aire para intentar controlar “por dentro” un proceso revolucionario que no podía simplemente aplastar con una ocupación terrestre (debido fundamentalmente a sus derrotas en Irak y Afganistán), y la guerra se decantó del lado rebelde: el régimen fue destruido y el cadáver del otrora todopoderoso Gadafi terminó expuesto en una cámara frigorífica para escarnio popular. El panorama, a partir de entonces, se componía de un pueblo con fuertes aspiraciones democráticas y de justicia social que se había movilizado y derrotado a una dictadura pro imperialista, lo que significó una tremenda victoria democrática del pueblo en armas, aunque esta se daba con la enorme contradicción de tener al frente un nuevo gobierno, el CNT, que juraba lealtad a las potencias imperialistas, las mismas que habían arropado y hecho negocios con el dictador.
El estalinismo, principalmente en su versión castro-chavista, explicó este proceso de una manera simplista y “conspiranoica”, atribuyendo toda la responsabilidad de lo sucedido a una supuesta maniobra de imperialismo yanqui que, según esta corriente, habría contratado a miles de “mercenarios” para desestabilizar el país, mientras que el pueblo estaba complacido con su líder “antiimperialista”, que para los más exaltados llegaba a ser incluso un “socialista”. Esta explicación, además de ignorar y menospreciar al pueblo libio que protagonizó una revolución, es de todo punto absurda. Sobre todo porque Gadafi, hacía muchos años se había transformado en un aliado fiel del imperialismo, con el cual hacía negocios, tenía acuerdos para torturar en Libia a una parte de los acusados de “terrorismo” por el gobierno de Bush, y había sido públicamente felicitado por el FMI sólo 8 días antes de que comenzara la revolución.
Por otra parte, organizaciones que se dicen “trotskistas”, como la Fracción Trotskista (FT), haciendo coro con el castro-chavismo, llegaron a considerar a los rebeldes libios como mera “tropa terrestre del imperialismo”, y a la caída de Gadafi como una “victoria del imperialismo”, debido a que el proceso revolucionario no cumplía con sus exigencias esquemáticas.

Las enormes dificultades para reconstruir el estado burgués

Tanto si lo sucedido era un conspiración imperialista como si sobre una legítima “rebelión” popular el imperialismo recondujo sin mayor problema el proceso para su propio interés, lo lógico hubiera sido que tras Gadafi hubiera venido un fuerte gobierno pro-imperialista, apoyado en sus “tropas terrestres”, que dominara férreamente la situación. En realidad, lo que vemos es un penoso intento de la burguesía libia e imperialista por reconstruir algo parecido a un Estado burgués, que sea capaz de garantizar sus intereses de clase.
La cuestión es que tras décadas de silencio las masas libias alzaron la voz, tomaron la calle y construyeron milicias armadas que combatieron a Gadafi y cumplieron un papel determinante en su caída.
Tras el derrumbe de la dictadura, es difícil hacerlas devolver las armas y que vuelvan a casa tranquilamente. La burguesía tenía ahora que mantener su dominio sin tener la principal institución en la que en última instancia se apoya, las fuerzas armadas, y en un país plagado de milicias armadas.
La principal política para conseguir reconstruir el Estado ha sido cooptar a las direcciones de las principales milicias para el aparato de Estado, pero este intento, aunque tuvo avances, no ha sido completamente exitoso hasta ahora.
Las milicias, aunque colaboren con el gobierno, y muchas incluso sean consideradas parte del Ejército nacional, mantienen un alto grado de autonomía, llegando incluso a enfrentarse con él cuando lo creen oportuno. En los últimos meses de 2013 fuertes enfrentamientos armados han ocurrido en Libia entre milicias y fuerzas gubernamentales, que amenazan acabar con la inestabilidad reinante.
Otro hecho destacado en los últimos meses fue el prolongado bloqueo de la actividad petrolera, debido a la intervención de milicias de Bengasi intentando tener un mayor acceso a los beneficios de la venta, que ascendió a un total de 40.000 millones de dólares (20% menos de lo previsto debido a las pérdidas por el conflicto). Hay otros síntomas sorprendentes de la debilidad del nuevo Estado libio, por ejemplo, los asesinatos de altos mandos militares y policiales, incluyendo el jefe del espionaje. ¡Incluso el primer ministro, Ali Zidan, fue secuestrado! Tanto las embajadas de EEUU como de Rusia fueron asaltadas, y el Banco Central robado.
La impotencia para controlar la situación se visualiza con claridad mencionando que en los últimos meses el Ministro de Interior, el Jefe de las Fuerzas Armadas y el Primer Ministro se dimitieron de sus cargos por su inoperancia para controlar la situación. Las crisis de gobierno son recurrentes; por ejemplo, el pasado enero los 5 ministros del Partido de la Justicia y la Construcción, ligado a la Hermandad Musulmana, se retiraron del gobierno.
El imperialismo acompaña esta situación con preocupación, expresando por boca de su portavoz Kerry su prisa por reconstruir un Estado estable que controle la situación, en un comunicado en el que subrayaba “la necesidad de colaborar con el primer ministro de Libia para ayudarlos a reforzar rápidamente sus capacidades”, sobre todo en el sentido militar. Por ello, a través de la OTAN, los Estados Unidos están colaborando con Zidan para entrenar rápidamente al nuevo “ejército” libio.

¡Las milicias deben subordinarse a un plan de lucha definido democráticamente!

La caída de la dictadura de Gadafi fue una gran conquista de las masas libias que se levantaron por ello. Hoy en día, los trabajadores libios tienen libertades democráticas incomparablemente mayores para organizarse y luchar.
Sin embargo, la revolución arrastra gravísimas carencias que pueden llegar a tirarlo todo por la borda. A pesar de las aspiraciones de las masas populares que protagonizaron la revolución, las principales direcciones políticas y armadas que en ella actuaron tenían un carácter burgués y pro-imperialista. No podía ser de otra forma, bajo Gadafi era difícil, por no decir imposible, construir grandes organizaciones obreras que se pudieran postular como dirección de la revolución en los primeros compases; mientras que el imperialismo y las fuerzas burguesas entraban al proceso con todos sus inmensos recursos económicos y militares para dominarlo.
Pero esa situación encierra una gran contradicción. Existen distintas fuerzas que intentan derrotar la revolución y abortar la emergencia de genuinos movimientos populares que representen a las masas explotadas y pobres de Libia.
El retraso en el surgimiento claro de alternativas de dirección con esas características, abren la posibilidad no sólo de que la revolución no consiga sus objetivos sociales y democráticos sino de que se retroceda en lo que ya se avanzó. Ya nos encontramos con avances de la reacción, como la aprobación de la ley islámica como base para la nueva constitución.
También, dentro del amplio abanico de milicias, por la ausencia de una dirección revolucionaria y por la acción de sus direcciones políticas (burguesas, pequeñoburguesas o tribales), muchas de ellas han degenerado en grupos que defienden intereses mezquinos y que llegan incluso a atacar a la población. Por eso llegaron a darse manifestaciones populares contra determinadas milicias.
¿La salida a esta situación sería, entonces, defender su desarme, como plantean el gobierno libio y el imperialismo? Definitivamente no. Debemos defender que las milicias armadas se subordinen a un plan de lucha nacional definido democráticamente por los sindicatos, comités populares, de barrio, etc.

El pueblo libio necesita de una dirección obrera y socialista

 
El proceso continúa vivo, en curso. Al contrario de lo que el estalinismo o la FT planteaban, la caída de Gadafi no supuso un fortalecimiento del imperialismo, que tres años después no ha podido estabilizar el país, no siendo capaces siquiera de cumplir la primera tarea contrarrevolucionaria, que es reconstruir un sólido Estado burgués ante un pueblo victorioso en su primer embate revolucionario.
Es urgente que ese impulso se estructure organizativamente, es necesaria una alternativa obrera y socialista que encabece la continuidad de la revolución y sus objetivos.
Desde la LIT-CI llamamos al pueblo trabajador a no depositar ni un gramo de confianza en el gobierno actual. Pero tampoco en las direcciones burguesas de muchas de las milicias, pues no representan ninguna alternativa obrera, sino que se limitan a protagonizar una disputa inter-burguesa por ser los testaferros locales que las empresas imperialistas necesitan para el saqueo de los recursos petrolíferos del país.
Es urgente desarrollar grandes sindicatos y otros tipos de organizaciones, combativos y democráticos, que luchen por las demandas específicas del pueblo. Estos sindicatos deben, a su vez, coordinarse con las milicias armadas en un plan de lucha nacional contra los planes del gobierno. Esta centralización de las milicias y de todas las organizaciones sindicales y populares, en torno a una salida obrera y socialista, es fundamental.
En ese proceso, es imperioso sentar las bases y construir un partido revolucionario e internacionalista, que plantee y dirija la continuidad de la revolución. En este sentido, cobra fuerza la reivindicación de una asamblea constituyente verdaderamente democrática y soberana, para plantear que las multinacionales deben ser expropiadas y sus riquezas y tecnologías deben ser controladas por los trabajadores libios y para el desarrollo del país; para garantizar la reforma agraria y la independencia total de Libia con respecto al imperialismo. Esa asamblea constituyente, para ser realmente libre y soberana, sólo podrá ser convocada por un gobierno obrero y popular, asentado en las organizaciones y en las milicias que derrocaron a Gadafi. Por último, para que la revolución libia avance, es necesario apoyar incondicionalmente la Revolución Siria, pues no habrá mejor aliado para la revolución libia que otra triunfante en Siria.

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